Diarios de Motocicleta
- Notas de viaje por los EEUU
Michael “El ñoño” Nolan y Luis García
Capítulo 3
La aldea de la gente pequeña
Hoy nos levantamos temprano, a eso de las 5:30, debido a la lluvia ligera y el frío que nos despertó. Luis tuvo que cambiar el aceite de la moto, mientras yo preparaba el desayuno. Comimos unos sandwiches de tocino, queso, y doble huevo de Primo’s Deli, y ahora nos toca partir rumbo a Middlebury, Connecticut. Hemos oído varias versiones de la leyenda de la gente pequeña, y decidimos investigar el lugar. Según la leyenda, una mujer vivía en el bosque con su marido. Ella veía a las personas pequeñas, que le dijeron a la mujer que les construyera unas casas para ellos. Entonces ella amenazó a su esposo con cuchillo, diciéndole “o construyes unas casas para la gente pequeña o te mato mientras que duermes.” El esposo, temiendo lo que pudiera ocurrirle si no construyera las casas, decidió construirlas. Las fabricó con cemento, mármol, e hierro. Hizo casas, una iglesia, y hasta escaleritas. También construyó un trono de tamaño normal, con un sol tallado en la parte de atrás. Según la leyenda, la persona que se sienta en el trono tres veces morirá dentro de siete años.
Al comer nuestro desayuno, Luis y yo salimos, ansiosos de ver la aldea de la gente pequeña. Luis dijo que yo condujera la moto, ya que él ya había tenido tres accidentes que me causaron unas heridas en la cabeza y en los brazos. Llegamos a la aldea por la ruta 63, tomando “Old Waterbury Road,” que es una calle con el acceso bloqueado que el bosque va reconquistando poco a poco. Dejamos la moto en la entrada de la calle donde alguien había puesto una rocas enormes para bloquear los coches. Caminamos durante cinco minutos por la calle vieja. Primero encontramos la casa de la pareja ya difunta. Yo imaginé como habían sido las peleas entre la esposa y su marido. ¿Estaba loca ella, o realmente existía esa gente pequeña? Tuve que calmarle a Luis, quien tenía algo de miedo. Le dije que era una simple leyenda, que la gente pequeña no existía, pero en mi interior dudaba lo que le decía a Luis. Tal vez todavía hay hombres y mujeres en el bosque, de tres o cuartro pulgadas de altura, esperándonos en sus casitas, con unos planes diabólicos para nosotros.
La casucha era deteriorada. El techo se había desplomado hace muchos años al parecer, y las hojas del suelo del bosque también cubrían el suelo de la casa. Entré en la casa primero, y note que Luis no me siguió. Luego salí y vi que hubo un sótano debajo de la casa. Decidimos investigar, pero la entrada era muy pequeña y no pudimos entrar.
- Notas de viaje por los EEUU
Michael “El ñoño” Nolan y Luis García
Capítulo 3
La aldea de la gente pequeña
Hoy nos levantamos temprano, a eso de las 5:30, debido a la lluvia ligera y el frío que nos despertó. Luis tuvo que cambiar el aceite de la moto, mientras yo preparaba el desayuno. Comimos unos sandwiches de tocino, queso, y doble huevo de Primo’s Deli, y ahora nos toca partir rumbo a Middlebury, Connecticut. Hemos oído varias versiones de la leyenda de la gente pequeña, y decidimos investigar el lugar. Según la leyenda, una mujer vivía en el bosque con su marido. Ella veía a las personas pequeñas, que le dijeron a la mujer que les construyera unas casas para ellos. Entonces ella amenazó a su esposo con cuchillo, diciéndole “o construyes unas casas para la gente pequeña o te mato mientras que duermes.” El esposo, temiendo lo que pudiera ocurrirle si no construyera las casas, decidió construirlas. Las fabricó con cemento, mármol, e hierro. Hizo casas, una iglesia, y hasta escaleritas. También construyó un trono de tamaño normal, con un sol tallado en la parte de atrás. Según la leyenda, la persona que se sienta en el trono tres veces morirá dentro de siete años.
Al comer nuestro desayuno, Luis y yo salimos, ansiosos de ver la aldea de la gente pequeña. Luis dijo que yo condujera la moto, ya que él ya había tenido tres accidentes que me causaron unas heridas en la cabeza y en los brazos. Llegamos a la aldea por la ruta 63, tomando “Old Waterbury Road,” que es una calle con el acceso bloqueado que el bosque va reconquistando poco a poco. Dejamos la moto en la entrada de la calle donde alguien había puesto una rocas enormes para bloquear los coches. Caminamos durante cinco minutos por la calle vieja. Primero encontramos la casa de la pareja ya difunta. Yo imaginé como habían sido las peleas entre la esposa y su marido. ¿Estaba loca ella, o realmente existía esa gente pequeña? Tuve que calmarle a Luis, quien tenía algo de miedo. Le dije que era una simple leyenda, que la gente pequeña no existía, pero en mi interior dudaba lo que le decía a Luis. Tal vez todavía hay hombres y mujeres en el bosque, de tres o cuartro pulgadas de altura, esperándonos en sus casitas, con unos planes diabólicos para nosotros.
La casucha era deteriorada. El techo se había desplomado hace muchos años al parecer, y las hojas del suelo del bosque también cubrían el suelo de la casa. Entré en la casa primero, y note que Luis no me siguió. Luego salí y vi que hubo un sótano debajo de la casa. Decidimos investigar, pero la entrada era muy pequeña y no pudimos entrar.
Al lado de la casucha entramos en el bosque, y Luis jadeó “Mira Señor Nolan.” Había una iglesia de dos pies de altura, de cemento y ladrillos, y al lado quedaban los restos de una escalera con una rejita de hierro.
Luis, frenético, empezó a mover las hojas del suelo, buscando las casas de la gente pequeña. “¡Aja!”, exclamó Luis. Había encontrado una casa pequeña. Luego encontré otra también. Había mucho detalle en la construcción de las casitas. Fue evidente que el esposo tenía un talento para construir casitas en el bosque. Finalmente lo encontramos. Acercamos al trono famoso y decidimos investigarlo. Decidí sentarme en ello, pero Luis se negó a acercarse más, por temor de la maldición de morir en siete años.
Luego ocurrió algo curioso, algo que no podía explicar. De repente, oscurecía. Sólo pensé que estuvimos allí durante dos horas, máximo, pero al ver mi reloj vi que eran las 7:45. ¿Cómo era posible? Decidimos acampar allá en un prado cerca de la aldea. Luis protestaba, pero le dije que se calmara, que todo estaría bien, aunque yo no creí mis propias palabras. Armamos nuestra tienda y comimos al lado de nuestra fogata. Escuchamos muchos insectos y animales, o sea los sonidos normales de cualquier bosque. Pero no estabamos en cualquier bosque. Estamos en el bosque de la gente pequeña. Después de comer, decidimos tratar de dormir para que llegara la madrugada. Los dos nos dormimos sin incidente alguno.
De repente me desperté. Todavía estaba oscuro, pero no tenía la menor idea de qué hora era. Traté de ver mi reloj, pero no podía mover mi brazo izquierdo. Con un sentimiento de pleno terror, me di cuenta de que no podía moverme los brazos, ni las piernas. Había más de cien cuerditas que me ataron al suelo del bosque. ¿Cómo lo hicieron ellos? ¿Quiénes son ellos? – pensé con un sentimiento terrible en el estómago. Logré vislumbrar a Luis a mi derecha. También estaba atado al suelo en la tienda, y tenía una expresión de terror en la cara como nunca había visto en mi vida. Afuera escuchamos la voz de una mujer, y otra voces muy altas. Pensé en Alvin y las ardillas listas (chipmunks), pero no podía reírme debido al terror que sentía. No podía descifrar que dijo la voz de la mujer, ni las voces altas. ¿Eran las personas pequeñas? Luis me vio con una expresión de temor y enojo – temor por la situación y enojo por mi decisión de acampar aquí.
De repente sentimos mover las hojas fuera de la tienda, y escuchamos el sonido del zíper de la puerta de la tienda mientras subía y subía...
Entró una mano. Traté de gritar, pero la mano cubrió mis boca mientras la otra mano asió mi brazo y empezó a sacudirlo...
“Sr. Nolan, Sr. Nolan, despiértate, ¡ya tenemos que irnos! – me dijo Luis.
“Sr. Nolan, Sr. Nolan, despiértate, ¡ya tenemos que irnos! – me dijo Luis.
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